martes, 23 de septiembre de 2008

LA MESA DE LA ABUELA


Érase una vez una débil anciana cuyo esposo había fallecido dejándola sola, así que vivía con su hijo, su nuera y su nieta. Día tras día la vista de la anciana se enturbiaba y su oído empeoraba, y a veces, durante las comidas, las manos le temblaban tanto que se le caían las judías de la cuchara y la sopa del tazón. El hijo y su esposa se molestaban al verle volcar la comida en la mesa, y un día, cuando la anciana volcó un vaso de leche, decidieron terminar con esa situación.

Le instalaron una mesilla en el rincón cercano al armario de las escobas y hacían comer a la anciana allí. Ella se sentaba a solas, mirando a los demás con ojos enturbiados por las lágrimas. A veces le hablaban mientras comían, pero habitualmente era para regañarla por haber hecho caer un cuenco o un tenedor.

Una noche, antes de la cena, la pequeña jugaba en el suelo con sus bloques y el padre le preguntó qué estaba construyendo.

-Estoy construyendo una mesilla para mamá y para ti -dijo ella sonriendo-, para que podáis comer a solas en el rincón cuando yo sea mayor.

Sus padres la miraron sorprendidos un instante, y de pronto rompieron a llorar. Esa noche devolvieron a la anciana su sitio en la mesa grande. Desde entonces ella comió con el resto de la familia, y su hijo y su nuera dejaron de enfadarse cuando volcaba algo de cuando en cuando.

Cuento tradicional